Amigo, me presento acá con la mente desprovista de manera alguna de ilustrarte mediante letras.
Me presento con la mirada distraída y ciertos disfuerzos presentes en mis ademanes.
Me presento con una presencia sin autoridad.
Me presento con la disposición de mis convicciones desnudas a tu diálogos, consejos y experiencia.
Me presento ofrendando mi atención y diezmando mi tiempo; la indulgencia que tu persona me muestre lo vale.
Me presento dejando conscientemente olvidado mi asombro bajo mi almohada.
Me presento con vacilaciones que debo ignorar en las repuestas que brinde cuando finalice tu discurso.
Me presento con insinuaciones cautelosas que no comentan perfidias brindando atisbos de interés de mi persona.
Me presento alimentando ansias de conocerte con granos de distancia y sobriedad emocional.
Me presento con un cuaderno que anota tus parrafos y experiencia, yo solo brindo mi puño y leta para expresarte.
Me presento con tendencias a interpretar a mi silueta racional, con las historias que gustes proferir.
Me presento imaginando como será el momento que me presente.
Me presento ante Moby Dick.
Escribo para dar garantías inequívocas que en algún momento viví, sentí, soñé, deseé, sufrí y amé. Escribo para demostrar que en algún momento existí.
viernes, 29 de mayo de 2020
Inclinación de la cerviz
viernes, 8 de mayo de 2020
¡Gracias, Luis Ángel, Dulce y Miguel!
Era un día inusual, de esos que él pensó había quedado en el pasado por temor a volver a vivir el tormento que sus sentimientos le causaban, auspiciados por el no entendimiento de las acciones de un amor que, ya para esa fecha, el quería arrancar de la mente.
Sumergido en su propia desdicha, pensando de más, para darse consuelo con algún recuerdo que lo absuelva de la culpa. Recibo una llamada, al comienzo respondió con cierta suspicacia, pues bien él sabía que sus ánimos no estaban para atender a nadie. Al comienzo no reconoció la voz, hasta que escuchó una inflexión vocal que le pareció muy familiar; era aquel primer amor de sus 17 años. Él jamás pensó que esa llamada se podía dar, en cualquier momento de su vida, pues consideró que fue una edad muy temprana para poder sujetar recuerdos memorables.
La llamada fue precisa y justa en el momento adecuado, pues fue como un soporte y un gancho que lo sacó al menos por esos poco más de 3 minutos que duró debido a la interferencia y la baja calidad de red de la zona.
La llamada una vez que acabó, lo dejó a él con un sabor de alegría y de importancia única, pues por allá muy lejos mientras él estaba sumergido en incontables penas y desdichas, había alguien que lo llamaba para preguntarle "¿Cómo estás?", ciertamente la tranquilidad y una concepción de libertad que él en algún momento ya saboreó, le fueron entregados de regreso y se sintió muy cómodo y cálido.
Bueno, como todo sentimiento propio de un humano, y sobre todo el suplicio al que nos sometemos debido a la mente. La tristeza lo volvió a consumir, pero esta vez en un grado menor, pues el mismo se recalcaba de que no podía traicionar y dejar ir aquella alegría que le había sido brindada hasta hace unos instantes.
Al anochecer, después de haber estado en su cuarto toda la tarde derramado lágrimas sobre la cama y sujetándose la cabeza como si el dolor fuera a romperla. Él decidió empezar a dar el llanto de entierro a sus sentimientos, de hecho estaba decidido a que aquella hora que se permitió de pura tristeza y de lágrimas, era suficiente.
Salió a contemplar la noche, se sentó en unas escaleras y se dedicó a observar el cielo nocturno y a sentirse muy pequeño, de hecho él quería seguir llorando pero esta vez en presencia de un ambiente frío y húmedo. Escuchó una voz que le preguntó: "Hola, ¿Qué haces ahí?", era su pequeña hermana que aún era recipiente de tanta inocencia y alegría que no se molestó en alumbrar con su aura de luz a aquel sombrío hermano que estaba sentado llorando cada vez sumergiéndose más y más en el abismo de su pesar.
Ciertamente, él no supo que contestarle pues realmente imploraba por una distracción para su mente y así poder librarse, y no sabía si su hermana tal vez venía a rescatarla por unos minutos de los miasmas del amor, o si era de esas preguntas que se hace por cortesía, en todo caso el hermano respondió de una manera amena invitándola a que lo acompañe, con un fuerte temor a que ella lo rechace y se marche. La respuesta de la pequeña hermana fue favorable. Ella se sentó y le dijo que le haría un reto jugando piedra papel o tijeras. Él aceptó, al comienzo por simple suerte el hermano de 21 años iba ganando a la pequeña niña de 7 años, pero como todo juego de infantes, él quería ver la forma de dejar ganarle a ella, ella fue más rápida y empezaba a sacar y hacer la silueta de una pistola en sus manos, ella decía que eso ganaba al papel, la piedra y la tijera. Él se alegró, y con mucha comparecencia permitió que ella ganara todas las partidas, ya que cada vez que ganaba tres veces estaba en el derecho de dar un ligero golpecito sobre cualquier parte del cuerpo del otro: ese era el reto. Los pequeños e ingenuos golpecitos de ella de hecho no causaban dolor, sino mucha alegría a su hermano, al menos por ese instante él se sentía acompañado de la más sincera compañía. Luego de eso se dedicaron a ver el cielo y a contar las luces de color distinto que les alcanzaba la vista. Ella decía que llegaba a ver formas de letras y le señalaba con el dedo cada letra, "Mira, mira, por allá yo veo la letra K, ¿Tú la ves?, él hermano ciertamente no veía nada, pero respondía con mucho asombro. Él estaba amando cada palabra, cada gesto, cada respuesta y cada mirada que su hermana le compartía, haciéndolo olvidar su dolor. Hasta que ella dio la iniciativa de contarle a él una historia, una historia que él se juró nunca olvidar: Una historia bastante tierna y con mucha ilusión, de unos gatos que también eran hermano y hermana, el macho de 15 años y la hermana de 20 años. La felina tenía muchos amigos gatos en el vecindario, a diferencia del felino de 15 años, que no era muy sociable. El hermano gato tenía permitido salir los lunes, miércoles y viernes a tomar y al cine. Los martes, jueves, sábados y domingos era turno de la hermana gata, ella salía a tomar con sus amigas del vecindario, se embriagaban tomando agua y el hermano gato tenía que ir por ella para traerla nuevamente a la casa para que a la mañana siguiente los humanos dueños de casa no se percataran de los excesos de la noche por los que los mininos pasaban. Los gatos iban al cine, se compraban ropa, sacaban plata del banco y del supermercado, hasta tenían un parque que disfrutaban, y también les gustaba ver televisión cuando todos los humanos dormían.
Ciertamente el hermano se asombraba de como su pequeña hermana tejía toda esa historia sin confundir detalles y sin cambiar nada de lo que decía.
Ella le trajo a él mucha calma y distracción, justamente era lo que él necesitaba, y fue por mucho tiempo, cosa que el jamás se hubiera imaginado. Ella fue la que tuvo que cortar ese bello encuentro entre ambos, pues ya era hora de cenar y la estaban llamando para que se lave las manos y se sentara en la mesa.
Él veía en su hermana aquellos ojos que aún no son aplastados por las situaciones a las que te enfrenta la vida y de las que él padecía. Él temía ver el día en que su hermana pierda ese espíritu párvulo y que sea tan hostil como se acostumbra en la sociedad.
La noche no acabo ahí para él, pues antes de descansar tuvo una llamada con un amigo que hace un buen tiempo no conversaba, de hecho nunca como en esa noche. Esa noche también, de manera tardía se percato de la plenitud de la luna a sus espaldas, era hermosa y digna de recordarse aquella nostálgica noche.
Miguel, con quien tuvo la última conversación de la noche por teléfono, le comentó de una ocasión en la que tuvo que cortar relación total con un amor pasado, y que fue duro al comienzo pero fue una decisión madura que fue por consenso de ambos y que terminaron asimilando como adecuada con el pasar de los años.
Él se quedó pasmado por tan valiente acto, que ni en sus sueños se hubiera permitido y se prometió intentarlo. Esperemos lo logre.
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